Sin saber qué está pasando (Libre)

El paisaje era desolador. No había ni un solo alma en aquel parque. Los árboles estaban secos y grises, amenazantes de caerse en cualquier momento. Los setos, creía por miles, al igual que la hiedra en el suelo. Los pájaros no se habían dignado ni a salir en aquel momento, yo tampoco lo haría. Quería respuesta a lo que estaba pasando y no había encontrado nada.

Estuve a punto de tropezar con una piedra o algo parecido. Cuando miré hacia atrás, para ver qué era lo que me había dificultado el paso, no pude evitar abrir los ojos y dar un paso atrás. Era un brazo, un brazo casi descompuesto. Miré a mí alrededor. También encontré una pierna. En aquellos momentos me hubiera gustado huir de allí y no aparecer más, sin mirar atrás. Pero me quedé clavado en el suelo, sin poder moverme. Reprimí un escalofrío. No podía llegar al punto de asustarme por aquello. Había visto cosas peores, ¿no? No, no podía mentirme a mi mismo.

Me adentré más en el parque, mirando con los ojos bien abiertos a todo lo que había a mi alrededor, escuchando cada sonido y analizando cada movimiento que me hacía mirar para un lado y a otro.

Escuchaba cosas demasiado extrañas. Las ramas se movían con fuerza a mi alrededor, no sé si por el viento o por... animales. Me mantuve alerta en cada momento, con los ojos bien abiertos, esperándome cualquier cosa en ese parque tan extraño en el que me había encontrado extremidades humanas tiradas por el suelo, medio descompuestas, casi devorados. Miré el reloj de la muñeca, eran las 14:03. ¿Pero qué más daba el tiempo en aquel mundo, en el que todo estaba al revés? Ni siquiera sabía si allí existía la hora, los días, las noches. No llevaba mucho tiempo y ya era demasiado raro. Las cosas normales no funcionaban en aquel lugar.

Cuando terminé de pensar en todas aquellas cosas, me di cuenta de que alguien me estaba siguiendo, pues escuchaba unas pesadas pisadas en las hojas que había por el suelo. No me volví enseguida, pero no tardé mucho. Cerré los puños y la mandíbula y miré de arriba abajo a la persona que estaba a más de mí. Un hombre, de unos 28 años, alto y fuerte. No podía ser unos de aquellos... ¿zombies? Todavía no me creía creer aquella cosa.

-¿Qué o quién eres tú? -intenté suavizar mi tono de voz, aunque se notó el tono de atención cuando hablé. Esperé su respuesta con cierta impaciencia, para saber si quedarme y presentarme o correr como un perro cobarde con el rabo entre las piernas de aquel parque que me producía escalofríos.

Suspiré y asentí con la cabeza. Bueno, al menos no era ningún zombie. Era humano. Sacudí la cabeza y le tendí la mano.

-Yo soy Kay -no sonreí, simplemente, actué con calma-. Si me has seguido pensando que quizas puedas averiguar algo de toda esta mierda, te has equivocado de tío.

Yo ni siquiera sabía qué narices estaba haciendo allí y por qué no estaba en mi apartamento de Nueva York, con mis posters, mi guitarra y mi piano. Mi piano, lo echaba de menos, hacía meses que se había desafinado y no había podido volver a ponerlo como antes. Desde ese entonces me desahogaba con la Gibson blanca que me había conseguido comprar a los 20. Eché una mirada a dónde el hombre señalaba y esbocé una sonrisa torcida, asintiendo ligeramente con la cabeza.

-Sí, ya he visto eso de atrás, parece que no somos los únicos que estamos por los alrededores -de nuevo, los setos y los arbustos empezaron a moverse. ¿La diferencia con los movimientos anteriores? Que ahora no hacía viento. Mis ojos azules se clavaron en los de él, tensos-. ¿Compañía?

Es decir, que era otro que acababa de llegar y que no sabía ni que podía hacer para salir de allí, salvo encontrar el portal a toda costa. Como yo. Miré al cielo, el tiempo se estaba volviendo a estropear y tenía bastante hambre, no había comido nada desde hacía bastante y las necesidades naturales empezaban a hacerse notar en mi interior.

-Sí, la verdad es que no sé nada de nada, Chuck. Hace poco que he llegado y lo único que tengo es una pista de mierda escrita en una pared que se cae a pedazos y escrita por un loco antes de morirse. Y encima no sé como llegar a ella. Es genial -me pasé la mano por el pelo.

Cuando se acercó a los arbustos, los dos estábamos tensos, esperándonos que saliera cualquier cosa de ese matojo seco. Pero lo único que encontramos fue un gato que estaba a punto de morirse. Animales. En aquel mundo había animales. Entonces no era tan diferente a mi mundo, no tanto como yo pensaba. Me dio lástima el pobre animal, pero mi sentido volvieron a centrarse en los movimientos de los arbustos.

-Eso sí que no es un gato -murmuré.

Di un paso atrás e intenté buscar un palo en el suelo, pero todo estaba demasiado húmedo como para que pudiera servir como arma. Cuando menos nos lo esperábamos, un Fheral salió de los arbustos, lanzándose contra nosotros. Me quité de su trayectoria y me puse al lado de Chuck.

-¿Alguna idea o salimos corriendo?

Hice lo mismo que hizo él. Correr. Como alma que lleva el diablo. Me logré poner a su altura en pocos momentos, con el corazón en la garganta. Miré por encima del hombro. Mierda, nos estaba siguiendo. Pero era bastante lento, así que no costaría demasiado poder escapar de él. Pero dudaba que fuera el único en estos lugares. Se podía sentir como miles de ojos nos miraban entre las sombras. Era acojonante. Realmente acojonante. Teníamos que escondernos en algún lugar, sí, para intentar despistar a la mierda del zombie y poder escapar de él. Pero no había un solo lugar dónde esconderse, solo los árboles. Podíamos subir a alguno de los altos y esperar a que pasara de largo. Era un lugar seguro y no podía alcanzarnos aunque quisiera.

-¿Te apuntas a escalar un par de árboles?

Di un salto para no tropezarme con un gran bordillo y continué corriendo hasta pararme frente a la madera de un enorme sauce. Había un par de ramas bajas por las que podía llegar a subirme, pero no pensaba que fueran resistentes. No había mucho tiempo que perder. Era patético escalando, peor conseguir llegar a un metro y medio de altura y volverme hacia abajo, tendiéndole la mano a Chuck.

-¡Vamos! ¡Sube!