Camino hacia ningún lugar [Daphne]

No sabía porque corría; pero lo hacía. Lo hacía sin parar. La fina lluvía caía sobre mi cuerpo y golpeaba suavemente mi rostro en cada paso que avanzaba.
¿Acaso intentaba huir de algún lugar? Seguramente. Seguramente creía que corriendo hacia quién sabe donde encontraría la salida de este tétrico lugar.

Quería largarme, quería irme a Australia como tenía planeado; o simplemente volver a Francia. Lo que fuese, lejos de aquí.
Aún no entendía porque me había tocado precisamente a mí acabar en un sitio como este.

Corrí hastra llegar a lo que en su momento pudo ser un parque, un bonito parque quizá. Pero ahora era algo tenebroso y escalofriante. Los matorrales sobrepasaban la altura de mi cintura, los arboles eran frondosos, las flores estaban marchitas... Se me pusieron los pelos de punta.

El paisaje me distrajo, y acabé tropezando con una rama. Me comí literalemente el suelo, aunque tuve tiempo de apoyar las manos en él para no quedarme sin mi adorada dentadura.
Me quedé unos segundos inmóvil respirando de manera agitada. Estaba agotada, no solo de correr sin saber porque, agotada de vivir de una forma que no me estaba gustando nada.

Echaba de menos mi cama, los aires franceses, la comida de mi abuela, incluso mi comida congelada. Tenía que encontrar la forma de escapar de este lugar, tenía que haber, por cojones, una escapatoria; y no solo un portal como había escuchado decir a alguno de los que estaban por aquí; que tampoco pocía fiarme del todo de ellos.

Comencé a incorporarme, me había hecho bastante daño en el tobillo, y me había rasgado las manos; pero no quería quedarme allí tirada, la cantidad de insectos que debía haber allí.
Logré levantarme, cojeando un poco, y caminé hasta ponerme debajo de un árbol. Me había puesto perdida de barro, genial. Pagaría por un buen baño de sales.
Me miré las manos, cuando entonces escuché el crujido de unas ramas, unos pasos dirigiéndose hacia mí. Miré hacia la dirección de donde provenian, mientras me agachaba lentamente para coger una rama bastante gruesa del suelo.

Alcé un poco la rama, sujetándola con firmeza, firmeza suficiente para poder golpear fuerte a cualquier cosa o animal que tratase de atacarme. Tenía que estar todo el día alerta en este lugar, y eso era algo que odiaba.

Sentí como los pasos comenzaban a acercarse cada vez más a mí, sin ningún tipo de miramiento. Empuñé bien la rama; la altura de los matorrales, y el negror de las nuves me quitaban bastante visibilidad para ver que estaba a punto de presentarse ante mí, antes de que tuviese tiempo de pegarme un bocado, si era eso lo que deseaba.

Pero a medida que iba teniéndolo más cerca de mí, me di cuenta de que no se trataba de ningún ánimal extraño, ni nada de eso que se parecen a los zombies como decía en el escrito. Era más bien la figura de una mujer.

Poco a poco fuí bajando la rama, sin soltarla por eso, tampoco sabía que era lo que esa chica pretendía, cuales eran sus intenciones.
Todavía no me había relacionado mucho con la gente que había quedado atrapada en la ciudad, aparte de las tres personas que aparecieron conmigo el primer día en la morada.
Tampoco yo había puesto mucho interés en ello, mi proposito en este lugar era salir de él, no hacer amigos.

La chica también sostenía un palo entre sus manos, quizá por seguridad, como yo; o quizá quería darme un buen palazo, aunque no entendería por qué. Claro que... En este lugar hay pocas cosas que pueda entender.

La chica se detuvo delante de mí, vacilante, y arqueeo levemente la ceja, mirándome por encima del hombro. Cosa que no soportaba, por cierto.
Me incorporé un poco bajando del todo mi rama, y con sumo cuidado de no apoyar todo mi peso en mi tobillo, que sentía como se inchaba por momentos; y le respondí con el mismo gesto, mirándola con intensidad. Nunca se sabe cuantos enemigos puedas encontrarte en esta ciudad.

Una suave brisa recorría el descuidado parque, cambiando la dirección de las gotas de lluvia, la cual hubiera sido agradable de no ser por la nota de inquietud que traía consigo. El cielo oscuro y gris dejaba caer sobre la ciudad la sensación de plomiza pesadez mientras que, en la lejanía se escuchaba por primera vez en el día un extraño sonido, un ruido gutural, tan fuerte que, de haber estado en las cercanías, casi podría haber sido ensordecedor. Raro había sido que no se hubiera escuchado antes. Pero el parque estaba calmado, presa de una soledad abrumante, sobrecogedora. Sea como fuere, en la lejanía, escondida entre dos árboles y los crecidos arbustos, casi fuera del campo de visión de cualquier humano, sobresalía la cabeza de una mujer, cuya cabeza estaba cubierta con una corona sobre un velo y unas manos juntas, en posición de rezo. La estatua, que debía medir un metro de alto, se levantaba sobre un podio, el cual quedaba oculto tras la maleza.

Mantuve la mirada firme ante la chica que tenía frente a mí. No sabía cuál era la razón de la prepotencia que escondía su mirada, pero la mía no iba a ser menos; así que no la aparté.
Sabía que no estaba en condiciones de enfundarme en una disputa, ni en una pelea de palos, me dolía demasiado el tobillo. Ni mucho menos de acabar revolcada en el barro con aquella chica, estirándonos de los pelos.
Habían cosas mucho más perturbadoras en aquel lugar, más importantes que iniciar una discusión.

De pronto sentí la brisa extraña que habitaba en aquel siniestro parque; mi piel se puso de gallina al instante, y depronto un espeluznante sonido, de quién sabe donde provenía. Me alarmé, apartando de forma rápida mi mirada de la de esa chica, y volví mi vista hacia mi alrededor, moviéndome con cierta dificultadad. Algo me decía que debía salir de allí.

Vi como aquella chica comenzó a caminar en otra dirección. Agarré de nuevo mi rama, y comencé dirigí mi vista hacia donde se encaminaba. Entonces volví a ver otra silueta más, pero esta parecía inmóvil. Con dificultad, y utilizando mi rama como apoyo comencé a caminar en esa misma dirección, quería saber que era aquello, y si había sido esa misma cosa la que había producido aquel escalofriante sonido.

Off: tenéis que descubrir la base de la estátua para que el máster pueda seguir

De entre las ramas y hojas, labradas en la piedra, comenzaron a hacerse visibles unas muescas que configuraban una delicada ortografía de las cuales os comenzáis a dar cuenta y que, en algunos lugares, están ocupadas por el musgo. Sus letras rezaban así:



Cuando os queréis dar cuenta apartáis un momento la vista y, al volver a posarla en la superficie pétrea, las palabras ya han desaparecido.