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Los grandes logros intelectuales no solo proyectan luz sino también sombras {Libre}

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Mensaje por Iblyn D. Schmidt Vie Jun 04, 2010 12:20 pm

Podía haberse perdido, que quizás era lo más probable, pero el problema es que sabía perfectamente a donde iba. Pasos lentos y sinuosos que se perdían en la soledad de aquella oscura ciudad. Una mujer que caminaba ya descalza, haciendo se daño, sí, pero descalza. Su pegunta seguía siendo la misma de siempre pero ya no se la planteaba de la misma manera, ahora debía encontrar el portal. Se suponía que eso era lo que debía hacer ¿No? Y eso es lo que haría. Su vida funcionaba bien, y aunque en realidad aquel lugar no era del todo tan horrible, por lo menos no lo era para ella, detestaba el echar a correr cuando Fheral decidía arrancarle la piel a tiras y deshacerse de sus entrañas. Eso era quizás lo que más le molestaba. Puyes la oscuridad y la soledad nunca había sido un problema para ella, ni siquiera las ruinas, aquellos trozos de piedra que se calvaban en la planta de sus pequeños y níveos pies tiñendo de rojo cada paso que daba. Ni siquiera le dolía. A veces solían pensar que no era mujer, que era un monstruo. Sirena encantadora de los mares con alas de ángel negro. A ella poco le importaba en realidad.

Su mente, que estaba prácticamente perdida en los recuerdos, caminó junto a sus extremidades inferiores mientras cerraba los ojos. Maldito momento en el que cerró los ojos. Fue un gruñido, quizás un grito, y un cuerpo de textura extraña y un olor aún peor chocar contra la joven que alzó la vista abriendo los ojos como si nada. Fheral a la vista, mierda. Siempre había sido demasiado temeraria. Los pasos de la joven retrocedieron con lentitud hasta que aquella criatura decidió alcanzara a toda costa acelerando así Iblyn sus pasos con una rapidez casi sobrehumana. Se giró hacia delante y corrió casi dejándose la piel en el intento mientras su respiración agitada hacía latir lo que le quedaba de corazón si es que tenía. No tenía nada con lo que hacerle desaparecer y eso era aún peor. La asesina no podía matar al bicho. De golpe un refugio, si es que se podía llamar así, apreció frente a sus ojos y echó a correr con más fuerza mientras sentía dejar atrás al Fheral. Su cuerpo empezaba a temblar y sus piernas ya querían fallecer pero ella continuó hasta colocarse tras la pared de algún edificio antiguo ya en ruinas, ni siquiera se había fijado en nada.

Segundos después la respiración de Fheral desapareció la distancia e Iblyn respiró con normalidad o por lo menos lo intentó apoyándose en una pared mugrienta y sucia abriendo los ojos para mirar hacia delante. Esto casi a punto de caerse al suelo cuando pudo divisar el arte. ¿Dónde estaba? Sus pasos se adelantaron lentamente mientras podía contemplar las paredes destrozadas y algunas obras de arte tiradas por el suelo como simple basura. Esto hubiera enfurecido a Iblyn de no ser que se encontraba en la más absoluta oscuridad. La luz era escasa, casi efímera y solo podía perderse en su caminar en un silencio absoluto. La artista se agachó unos segundos para pasar sus dedos por encima de un jarrón repleto de polvo, agrietado y viejo. Jamás habría pensado encontrar algo así. Los sonidos guturales habían desaparecido y ella solo podía concentrarse en aquel magnífico descubrimiento. Arte ¿Había algo que pudiera volver más loca a Iblyn que no fuese el arte?
Iblyn D. Schmidt
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Los grandes logros intelectuales no solo proyectan luz sino también sombras {Libre} Empty Re: Los grandes logros intelectuales no solo proyectan luz sino también sombras {Libre}

Mensaje por Alatz Seb. de Herrera Sáb Jun 05, 2010 4:43 am

Una ciudad maldita; eso era en lo que estaba encerrado.
Mi mente se negaba a aceptar tal obviedad por aquellos tempranos momentos de mi existencia en aquel nuevo mundo, alejado de toda realidad y coherencia que no fuera yo mismo, coherencia y cordura que posiblemente iría perdiendo con el paso del tiempo y de los días. Mi seguridad de que aquello no podía ser nada más que una broma, un triste avatar del destino, había ido minando a cada paso que daba, alejándome de aquella sala en la que todo había empezado y adentrándome entre los altos y grises edificios que configuraban el espacio de aquel lugar.

Ni un alma. Nadie. Ni siquiera un gato o una rata se habia cruzado en mi camino. La vida parecía haberse esfumado en el preciso momento que me había separado de mis compañeros, al tiempo que aquella sensación de angustia, de mal presagio, se acrecentaba poco a poco en mi interior, lentamente, pero sin pausa. Los altos bloques de viviendas, en vez de crecer buscando tocar el cielo, parecían incluso empezar a combarse hacia el interior de la calle, haciendo que el sobrecogimiento que estaba fraguándose en mí, germen de mi paranoya, fuera expandiéndose por mi cuerpo a cada latido de un corazón que trataba, en vano, de calmar. No debía alterarme. Debía relajarme y atenerme a la razón. Las palabras a carbón no podían ser ciertas, ¿verdad?

Según la sensación de estar siendo seguido por una presencia-fantasma crecía, según yo me intentaba convencer de la falsedad de lo que ante mis ojos se estaba abriendo, mis pies se habían ido acercando a una gran plaza en ruinas, donde las lámparas brillaban con una luz tintineante, ausente por instantes, para refulgir fugazmente y apagarse antes de que pudieras darte cuenta de su cambio. Mis piernas me habían llevado en un devenir constante del cual parecían tener constancia cual iba a ser el final. Al fondo, al otro lado de la plaza, se levantaba una colosal estructura de lo que, en su día debió de ser una impactante construcción, hoy semiderruída, con la piedra de su fachada desvaída y marcada por los restos de humedad. Decidí, entonces, aventurarme en el imponente interior de aquel lugar, no sin perder aquel institnto temeroso y receloso que había terminado haciéndose captor de mí.

El interior estaba destartalado, denotando un avanzado estado de abandono. Los restos del techo se amontonaban sobre lo que un día debieron de ser vitrinas y, en aquellos lugares en donde la superficie de yeso aún se conservaba, podían vislumbrarse los esbozos de lo que, tiempo ha, debieron ser frescos de calidad. Entre los escombros del suelo vislumbré un reflejo de la escasa luz exterior que se filtraba por los agujeros de las paredes, hecho que llamó mi atención, por lo cual me acerqué allí y, retirando las piedras y el polvo de alrededor conseguí alcanzar mi premio. Se trataba de cinco trozos de cerámica, quizás griega por la decoración, aunque era algo de lo que no podía estar muy seguro. Me dediqué a obsevar los pedazos por unos segundos más, pero un sonido de pasos retumbó por las salas que quedaban a mi espalda, por las que había llegado. Levanté la mirada, algo inquietado por quien pudiera haber sido y, tras guardarme los restos en mi bolsillo, junto al dedo de bronce que había traído conmigo, me dirigí a ver de dónde procedían aquellos ruidos, prestando atención a cada recodo que pasaba.
Alatz Seb. de Herrera
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Mensaje por Iblyn D. Schmidt Sáb Jun 05, 2010 12:25 pm

Desplegó sus piernas colocando su cuerpo completamente recto para poder ponerse en pie y seguir explorando cual detective privado las estancias de lo que parecía ser un viejo museo ya en ruinas. Sus pasos eran cuidadosos pero descalzos, ensangrentados por las zarzas que se habían enredado en ellos en las pocas horas que llevaba allí. Disfrutaba del dolor y la sangre que tintaba la planta de sus pies. Sus manos se paseaban inertes por la pared desconchada y sucia manchandola de historia, según ella. Cerró los ojos y se dejó llevar por la esencia que la cautivaba, que la seducía. Para ella el arte y la sangre eran las dos cosas más importantes y ninguna se superponía a la otra. Eran mejor que el sexo, que una buena comida o que un día en el lugar de tus sueños más remotos. Iblyn no estaba loca, era un genio. Solían clasificar de loco a aquel que no seguía la norma y que creaba las suyas propias, pero eso era, e Iblyn lo creía realmente, un invento burdo y sin sentido de la malcriada sociedad actual. Pues Iblyn debía haber nacido en la edad media. Muertes sin sentido a las que solían no darle importancia, ahora todo estaba penado y ella no lograba entender porque. Loca, le decían, no estoy loca, soy hipersensible. Sus pies descalzos y tintados de sangre roja como el carmín corrido de sus labios se pasearon sin más reblando por el frío y abandonado suelo de aquella estancia que ni en el mayor de sus sueños podría haber sido representada.

Fue entonces cuando tuvo que detenerse. Sus manos largas de pianista aficionada se detuvieron en un lienzo que parecía contener restos de pintura. Pintura. Los ojos de Iblyn se abrieron inmediatamente como poseída por lo que era su pasión, por el arte. Contempló aquello que pudo ser un cuadro valioso en su día y que ahora era solamente una serie de manchas al oleo sin mucho sentido aparente. Precioso incluso escaseando de pintura. Iblyn estaba segura de que aquello alguna vez había sido un cuadro importante, quizás de alguno de sus autores favoritos, es posible que de Rembrandt o incluso de Rubens, se atrevía a apostar por Vermeer. Sus ojos viajaron hasta otro que no estaba muchos más lejos y volvió a posar sus manos en el antes de clavarse uno de los jarrones rotos en la planta de los pies dejando el suelo algo ensangrentado sin importar el dolor, era excitante el dolor. Dedos inertes de artista que se paseaban por un viejo museo que en su día debió ser el esplendor de aquella ciudad maldita. El frío de una baranda de hierro que separaba una estancia de otra recorrió su cuerpo hasta las plantas de sus pies descalzos estremeciéndola. Sin duda, había encontrada su lugar en aquel mundo. ¿Podría colgar allí las obras de arte que pudiese crear en su estancia allí? Sin duda lo haría, quizás aquello volviese aún más tétrico el lugar.

La asesina se dio la vuelta inmediatamente mientras sus pues escocían cual quemadura con fuego al escuchar unos pasos tras ella. No era miedo, si no seguridad. Iblyn no solía temerle a nada , había matado a su propio padre y se había convertido en una peligrosa asesina en serie, su único temor era el ser descubierta, que sus crímenes la delataran por si sola. No estaba loca, repito, solamente era diferente a los demás. Creación errónea de una sociedad con unos cánones demasiado estrictos, no encajaba, y tampoco se esforzaba en hacerlo. Sus dedos se unieron a la baranda de hierro álgida como el hielo mientras su mirada se concentraba en el frente a la espera de que el individuo de los pasos sigilosos se le mostrara para saber su debía atacar o de memento estarse quieta. Había desarrollado durante aquellos últimos años el poder oler la sangre humana a una distancia considerable, por eso no había huido aún, porque era humano, y hombre, ni más ni menos. Una sonrisa venenosa y curvada se pinto cual obra de Velázquez sobre sus labios mientras tamborileaba sus dedos sobre la gélida baranda en medio de la casi oscuridad absoluta. - Parece que tengo compañía - añadió cuando él ya estaba frente a ella y ella sonreía cual psicópata. ¿Qué esperabais?
Iblyn D. Schmidt
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Mensaje por Alatz Seb. de Herrera Dom Jun 06, 2010 8:02 am

Las salas que dejaba a mi paso estaban desiertas de vida, pero inundadas de los restos de lo que debieron ser objetos de coleccionista, lujo expuesto y admirado por un público diverso, el cual había caído en el olvido, al igual que aquellas piezas que habían sido abandonadas a su suerte. La sala en la que me encontraba parecía estar dedicada al ajuar de mesa, ya que los trozos de loza y porcelana se encontraban repartidos por todo el suelo. Dibujos de diversos colores, que formaban estampas incompletas por la fragmentación, se fusionaban con el sucio suelo, el cual quedaba iluminado a trozos por la luz cenital que provenía del techo roto, huecos por los que se debía haber filtrado la humedad que se acumulaba en las paredes. Nada que mencionar, nada que destacar, salvo un dato, quizás sin importancia en aquel momento y situación que me tocaba vivir, pero que me daría que pensar en los tiempos que provenían. Casi en una de las cuatro esquinas de aquella sala de paredes de un verde desvaído me llamó la atención, casi de casualidad, un reflejo dorado escondido entre los restos de un estante roto. Me tomé la libertad y el atrevimiento de posponer unos segundos el descubrimiento del origen de aquellos ruidos para hacer otro, quizás de la misma importancia que el original. Mis manos desenterraron un pequeño ejemplar, una obra de arte, que parecía querer escaparse de las artes menores para hacerse escultura. Una base de color grisáceo se fusionaba con las figuras de aquel color oro que me había hecho desviarme de mi rumbo, entre las cuales destacaban dos, las mayores, un hombre con un tridente y una mujer que llevaba su mano hacia su pecho izquierdo. Se trataba del "Salero de Francismo I", uno de las piezas más reconocidas y conocidas mundialmente. Me impactó mucho que en un museo tuvieran una copia, que yo supiera solo existía el original. El salero era demasiado grande como para que yo fuera capaz de transportarlo solo y sin esfuerzo, por lo que decidí dejarlo donde estaba, al fin y al cabo dudaba que alguien fuera a llevárselo si no lo habían hecho ya y, aunque así fuera, me preocupaba más salir de aquel lugar.

Una vez detomada mi marcha, andando con paso lento, precavido, pasé por otra serie de salas, a las que no presté mayor atención por aquellas dos personas de oro que aún brillaban en mi mente, al tiempo que iba buscando a alguien o algo que pudiera hacer aquel ruido. "Algo no, Alatz" me dije mentalmente. Seguía negándome a aceptar lo que no mucho tiempo después terminaría por ser una evidencia. Terminé saliendo al pasillo por el que había llegado y, tras andar un poco, pude encontrarme con aquello que había ido buscando; una chica. No alta, no baja, quizás la estatura adecuada, con una cabellera castaña que le llegaba a la altura no despreciable de media espalda. Sin embargo, lo que más llamaba la atención en ella era su tez blanquecina, tenue como el mármol pulido, como si hubiera llenado su piel de polvos de talco, pero, sobretodo, aquella sonrisa que el carmín corrido no lograba disimular, que a mi parecer no sabía si lidiaba en el borde de la falsedad o de la locura, pero que, sin embargo, me llenaba de una sensación de intranquilidad; mayor que la que aún venía sintiendo. Tras que la hubiera podido contemplar bien, unos segundos de inmovilidad, impasividad y silencio, quizás por la impresión, quizás por no conocerla aún, me decidí a hablar; al fin y al cabo toda compañía parecía ser poca en un lugar desolado y cualquier ayuda debía ser buena; aunque no inspirase confianza.

- Hola - saludé esbozando una rauda y tímida sonrisa, que no terminara de contradecir mi alterado estado de ánimo, aunque más tranquilo sabiendo que estaba tratando con un ser humano y no con un ser sobrenatural, como auguraba aquel escrito a carbón. No sabía bien como comenzar una conversación -. Soy Alatz - me presenté, casi por decir algo y no quedar como un imbécil, no más de lo que ya estaba aparentando ser. "Imbécil no; tímido" casi mi mente intentó consolarme, a lo cual contesté con un insonoro "Cállate" en mi interior. No sabía si había ido cogiendo la costumbre de hablar conmigo mismo con los años o, si por el contrario, ya había nacido con ella, ya que ya lo hacía desde que recordara. A veces pensaba que si estaba loco, pero, esa voz inquieta e interna, lejos de todo control, al menos podía acompañarle en sus ratos de soledad -. Soy nuevo aquí.
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